Los caballeros templarios

«NON NOBIS DOMINE, NON NOBIS, SED NOMINI TUO DA GLORIAM»

 

El Papa no dudó en apoyar a la nobleza francesa para acabar con la amenaza templaria. En 1209, un ejercito de cruzados invadió el Languedoc, y durante los treinta y cinco años siguientes se dedicó a masacrar a más de treinta mil hombres, mujeres y niños. Se dijo que en las iglesias donde algunos de los villanos perseguidores se habían refugiado la sangre llegada hasta la altura del tobillo, y que cuando uno de los soldados del Papa se quejó de que no sabía si mataba a herejes o a cristianos, simplemente recibió la orden de matar a todos: «DIOS RECONOCERÁ A LOS SUYOS».
En efecto, con el apoyo del lacayo del papa Clemente V, el rey Felipe El Hermoso, empezó una oleada de persecuciones, acorraló a los templarios y los acusó de herejía. Un viernes 13 de octubre de 1307; la mayoría de ellos murieron de forma extremadamente dolorosa. El 14 de septiembre de 1307, el rey de Francia, Felipe el Hermoso, decide castigar a la Orden del temple y preparar su definitiva desaparición, aunque tres años antes había exaltado sus méritos. Los motivos de esta inquina contra la orden templaria fueron el rechazo de los caballeros de Cristo a aceptarlo como el Gran Maestre y el rechazo a la admisión de uno de sus hijos como caballero de la Orden. El monarca francés era sabedor de que la orden (que contaba con quince mil lanzas, de treinta a cuarenta mil sargentos, sirvientes, turcoples, estaba presente en todos los reinos cristianos, sólo pasaba cuentas ante el Papa y disponía de ingresos superiores a los doce millones de libras) era discutida por el clero a consecuencia de sus privilegios de exención, por la nobleza, porque eran poseedores de numerosas escrituras de censo, y por el Estado llano, al estar situados por encima de la ley. El monarca, apoyado por el noble Guillaume de Nogaret, inició una intensa campaña de descrédito contra la orden por medio de trovadores y jugalres debidamente sobornados para que cantaran en tabernas y plazas públicas los excesos y la riqueza de la orden templaria. Sin embargo, su labor en Tierra Santa y la custodia de los lugares santos no debilitaron la credibilidad de la orden hasta que en 1303 el caballero templario Esquieu de Floyran, antiguo comendador de Montfaucon, perdió su título acusado de apostasía. Tras asesinar al sub-prior del monasterio de Monte Carmelo, a quien había solicitado recuperar otra comendaduría, huyó y solicitó protección a Guillaume de Nogaret. Este ordenó la encarcelación del templario en la prisión real de Toulouse, junto a un burgués condenado por el mismo motivo, informando a los dos hombres que, habiendo sido reconocidos culpables de homicidio, eran condenados a muerte. Durante la noche anterior al suplicio, ambos caballeros, privados por su crimen de los auxilios espirituales, se confiesan mutuamente… Aunque no existen archivos verificables sobre lo que sabría el otro condenado (al que indultaron después de ser descolgado), no se sabe que más fue lo que quiso informar Nogaret, a saber las cosas viles e infamantes contra la Orden que se pudieron recordar a lo largo del proceso. Contando con la declaración de Esquieu de Floyran, Guillaume de Nogaret, en una carta detallada, dirige al Papa aquellas detestables declaraciones; el Papa no cree nada y denuncia lo que él consideraba una maniobra…. Guillaume de Nogaret está furioso por haber sufrido tal rechazo; después de declarar, en junio de 1303, que Bonifacio se encontraba bajo posesión de un DEMONIO, que era sodomita y que profesaba un odio feroz contra el rey de Francia a causa de su odio contra la fe, de lo cual el rey Felipe, decía, era un vivo ejemplo, declaró al Papa «hereje, ilegitimo y abominable». Felipe el Hermoso ordenó a Nogaret que invadiese el 7 de septiembre de 1303 la residencia del Papa con una gran tropa. Persuadido entonces Guillaume de Nogaret de que el papado pronto estaría a las órdenes del rey, inició una nueva campaña de desprestigio contra los templarios, convencido de que el pueblo le apoyaría. Tan sólo le quedaba convencer a la Iglesia. El nuevo Papa Benedicto XI no le dio su apoyo y falleció envenenado. Felipe el Hermoso convenció entonces al cardenal Betrand de Goth de que se convertiría en Papa si aceptaba algunas condiciones, entre las que se hallaba la retirada de la excomunión a Nogaret y la destrucción de la Orden del Temple. Felipes el Hermoso decretó entonces el arresto de todos los caballeros de la orden templaria. Un fatidico viernes 13 de octubre 1307.

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